El Hospital de Clínicas pelea por salir de terapia intensiva
09:23|Una guerra gremial, la desidia y la corrupción lo habían dejado en coma. Hoy mejoraron el servicio y la administración, pero el edificio está destruido y aún hay negocios oscuros. La reforma pendiente.
Por: Claudio SavoiaNo hace falta tener un familiar internado en sus salas para angustiarse hasta las lágrimas. El Hospital de Clínicas de la UBA, espacio de aprendizaje y práctica de los mejores médicos argentinos desde su creación en 1881, ofrece imágenes penosas. No hay calefacción, porque las calderas andan pero los caños pierden. En pisos enteros no sale agua caliente de las canillas. En todos los espacios comunes no se ve ni un solo matafuegos, y los nichos hidrantes están vacíos. Todos los pasillos están mal iluminados, y algunos lucen casi en tinieblas. En el segundo piso, donde funciona pediatría, las baldosas están mojadas por el agua oxidada que gotea desde los caños instalados contra el techo. Abundan los cerramientos de madera, que tapan ventanas y ensortijan aún más la distribuión laberíntica del hospital. Tampoco hay ninguna señalización que permita orientar a la gente ante una emergencia que, por lo visto, podría ocurrir en cualquier momento. Frente a la ventanilla que reparte turnos para los consultorios externos, un señor le pide a la persona que atiende que por favor no le pierdan la historia clínica, "como la última vez".
Desde la dirección del Hospital intentan compensar el panorama con algunos datos más luminosos, "para mostrar desde dónde partimos", dicen. Y enumeran: "En el 2007 había sólo 50 camas ocupadas, y ahora tenemos un promedio de 250; funcionaban 6 quirófanos y este año hay 15; y la cantidad de operaciones realizadas subió un 20 por ciento. Hace tres años, el hospital no tenía servicio de pediatría ni de neonatología. Algunos remedios costaban más caros en la farmacia interna que en otras comerciales del barrio.
Las compras de insumos se hacían por contratación directa, se pagaban facturas de proveedores elegidos a dedo; se pedían presupuestos por teléfono y se justificaban compras con fotocopias, se debían fuertes sumas a los distintos proveedores, y este panorama redujo casi a la nada las posibilidades de aprovisionamiento. "Por estos y otros problemas gravísimos, en este tiempo iniciamos 73 investigaciones administrativas y 24 sumarios", explica el secretario de administración del hospital, Marcos Poy. "Y ahora todo se licita. El año pasado se definieron así compras por 21 millones de pesos, y en lo que va de 2009 se gastaron otros 27,6 millones a través de 17 licitaciones."
Con un seguimiento periódico sobre los servicios y los números del Clínicas -centro clave en el sistema de salud público de la ciudad- Clarín comprobó que en este tiempo, además, se normalizó la asistencia médica de la guardia -nombrando personal y pagando deudas con médicos y proveedores- y la farmacia se aprovisionó lo suficiente como para evitar los sobresaltos cotidianos que en los últimos años detenían el hospital. Otro clásico: los ascensores. Hace tres años, los pacientes debían acceder a los 12 pisos del edificio con alguno de los cinco que funcionaban poco y mal: hace cinco años, un camillero se cayó por el hueco de uno y casi se muere, y hace tres se robaron un ascensor entero. Hoy andan 16 sobre 23, y todas las escaleras mecánicas.
Todos los consultados coinciden en que la declinación que comenzó a tener el Hospital a fines de los 90 se convirtió en una barranca insondable a causa de una interna feroz entre dos grupos del sindicato de no docentes de la universidad, la Asociación de Personal de la UBA (APUBA), que enfrentados entre sí para controlar la comisión interna y una miríada de negocios personales -acreditados ante la Justicia- "comenzaron a alentar sabotajes, roturas y robos de materiales y equipos", según afirmaron a Clarín dos altos directivos del hospital, dos jefes de servicio y tres autoridades de la UBA. "Las distintas facciones del gremio manejaban desde los servicios de limpieza y seguridad hasta parte del área de sumarios y asuntos legales. Fue muy difícil hacer pie ahí", dicen.
Esta interna entre el secretario general de APUBA, Jorge Anró y el hombre fuerte de la comisión interna del Clínicas, Miguel Skandar, se saldó en favor de Anró, luego de que una maraña de denuncias judiciales terminara con el alejamiento de Skandar. El sindicalista vencedor, que no atendió los llamados de Clarín, se avino a pactar una tregua con los interventores del hospital, y hoy participa de los planes para levantar el Clínicas. En voz baja, muchos se preguntan hasta cuándo.
Aquella batalla gremial, condimentada por huelgas y planteos casi diarios del personal por falta de insumos, disparó la intervención del hospital por parte del flamante rector de la UBA, Rubén Hallú, en febrero de 2007. El clima de violencia bajo el cual llegaron sus enviados era tal, que de los 22 empleados designados hoy sólo quedan diez. Recuerda Poy: "cuando llegué me amenazaron, me encerraron en mi despacho, una vez me tiraron pastillas de gamexane y otra gas pimienta. Yo denuncié todo ante la policía, pero otros no aguantaron".
Desde entonces algunas cosas cambiaron, pero otras urgencias no fueron resueltas. Por falta de monitores, respiradores y otros equipos de precisión, no se aumentó la cantidad de camas disponibles en terapia intensiva, donde sólo hay diez. También están flacos los depósitos de ciertos insumos de hemoterapia y hematología. A pesar de las sucesivas limpiezas, los tres subsuelos se siguen inundando, y en todo el hospital no existe un circuito eléctrico alternativo. Tampoco es bueno el control del ausentismo del personal.
Eso no es todo. Ninguno de los seis comercios que funcionan dentro del hospital tiene la debida habilitación, y sólo el concesionario de las máquinas expendedoras de bebidas le paga un irrisorio canon al hospital, de 2.100 pesos por mes. Dos fotocopiadoras, dos locutorios, un kiosco y una parada de diarios trabajan en la ilegalidad, lo mismo que las playas de estacionamiento de la avenida Córdoba, que con una capacidad para 70 autos cobran 8 la hora. Según un cálculo conservador, facturarían más de 90.000 pesos por mes. "Ya iniciamos los trámites para regularizar todo", dice Poy.
El Clínicas tiene un presupuesto asignado por la UBA de 135,5 millones de pesos, de los cuales 100 millones se destinan al pago de sueldos. Este año quedaron 35,5 millones para gastar en funcionamiento, y ni un solo peso -ni uno solo- para mantener el edificio. Con lo que le cobra a las obras sociales y al PAMI, los recursos propios que pueden conseguir los distintos laboratorios y el bono de diez pesos que pagan los pacientes no indigentes, el Hospital junta otros 28 millones. ¿Cuánto más haría falta? Otros 33 millones de pesos por año, y sólo para mantener lo que hay. En el proyecto de refuncionalización y restauración que está en marcha (ver página 34) se contempla que cada año haya medio millón de pesos para infraestructura, "pero en verdad harían falta tres millones", admite una fuente con despacho propio en el coqueto edificio del rectorado de la UBA.
En medio de esta crisis presupuestaria, los ingresos provenientes del PAMI se convirtieron en vitales para el Clínicas. En 2008 esta suma fue de 19,7 millones de pesos, equivalente al 72% de los ingresos propios del hospital. "Pero el gasto que implican los pacientes mayores es altísimo", advierte un directivo del hospital. "Ademas, una proporción tan alta de gente mayor comenzó a orientar al hospital hacia ciertas patologías de la vejez, en detrimento de otras enfermedades de gente más joven. Esto es preocupante, porque un hospital escuela debe enseñar y tratar de todo", se queja.
Los números arden, y el edificio se viene abajo. Pero otros profesionales denuncian una crisis, que sería más grave: "Hay un deterioro muy fuerte en la ética y la práctica médica", dicen María Cristina Maceira y Roberto Galli, del Centro de Medicina Nuclear del Hospital. Ellos vienen denunciando desde 2004 que en el Centro "se realizan ensayos clínicos para probar una droga sin permiso de la ANMAT, y muchos de los pacientes que participan no firman ningún consentimiento informado. Algunos ignoran que les están dando una droga bajo prueba." La denuncia generó un duro dictamen de la Defensoría del Pueblo de la Nación y, dicen los denunciantes, persecusiones laborales. En el Clínicas contestaron que esperarán el resultado de la investigación en marcha para pronunciarse.
Los pacientes también tienen su mirada. Pocha tiene 65 años y espera sentadida en una silla del piso 9. "A mí me sacaron un nódulo que tenía desde joven. La gente de acá es impresionante; todos hacen un gran esfuerzo. Yo soy de PAMI y me trataron muy bien, me dieron hasta el teléfono personal del médico por si lo necesitaba. Esas cosas ya no se ven." Unos pisos más abajo, María Sara sacude la cabeza: "Esto es tétrico, hace mucho que no se invierte un mango. A mi hermana le tienen que hacer unas tomografías computadas, y los turnos son para dentro de tres semanas. Todos te piden paciencia. Yo creo que el hospital sigue adelante sólo porque la gente que lo atiende tiene calidad humana y profesional."
Las cartas de lectores que llegan a Clarín también multiplican los agradecimientos y dejan algunas quejas por retrasos en los turnos y falta de equipamiento. Entre ellas, se destaca la de Nora Fonollosa: "mi hija Rocío tenía bulimia. En el hospital la atendieron durante dos años, con mucho cariño y una gran calidad profesional. Eran doce personas, de las cuales once trabajaban ad honorem. La curaron. Y todavía la siguen controlando.Jamás terminaré de agradecerles", dice hoy.
Cualquier visitante que recorra el hospital podrá comprobar que sus servicios funcionan como un archipiélago de islas inconexas; algunos lucen modernos y activos, otros estiran el panorama lúgubre que ofrecen los pasillos. El doctor Sergio Provenzano trasiega cada rincón del Clínicas desde 1969, y habla de él como de su primera novia. "En estos años vi cómo poco a poco se iba deteriorando el edificio, y también presencié cosas tremendas, vergonzosas. Hubo sabotajes, se robaron equipos, rompían caños para que se llovieran los techos", se lamenta el doctor, actual jefe de Ginecología. "El hospital tiene un cuerpo profesional de excelencia, que hace grandes cosas." Provenzano enumera algunas, como la realización de fecundaciones in vitro -"único hospital público en que se realizan, hasta cinco veces más baratas que en los centros privados"- y el funcionamiento de la única guardia de otorrinolaringología del país, y destaca el trabajo de servicios como traumatología, gastroenterología, urología, cirugía torácica o dermatología. "Los servicios funcionan en base a lo que puede hacer cada jefe, consiguiendo recursos propios o pagando las cuentas con nuestros propios bolsillos. Si alguien dice 'no tengo agua caliente', yo le diría que salga a conseguirla, como hicimos nosotros. Hay que ponerse la camiseta del hospital", exige.
El doctor Florentino Sanguinetti dirigió el Clínicas entre 1984 y 1986, y desde 1990 hasta 1998: diez años, recordados por muchos como una "era dorada". "Había normas claras, un proyecto. Y eso causó el reconocimiento del público", explica hoy. "Logramos el saneamiento financiero,le facturábamos a las obras sociales en tiempo y forma, llegamos a cobrarles 23 millones de dólares por año. Trabajábamos de tarde, teníamos de todo", recuerda.
Sanguinetti va al hueso: "El Clínicas fue abandonado por su propio personal, que perdió identidad con la institución, perdió la disciplina. Pero todo depende de la dirección. Nosotros habíamos creado un sistema de presentismo muy severo: con dos faltas al mes se perdía. Eso me permitió bajar el ausentismo un 80%. Cuando me fui eso se abandonó. También se cajoneó el proyecto de crear el sistema de salud del hospital, como el que tienen el Hospital Italiano o el Alemán. Teníamos habitaciones individuales, con televisor y reproducciones de cuadros famosos. Hubiera sido muy bueno", reflexiona. Y enseguida se refiere al penoso estado del edificio: "Cada semana yo recorría el hospital piso por piso, junto a los jefes de los talleres y una secretaria que tomaba nota de todo lo que había que arreglar. También lo visitaba después de medianoche, cuando salía del teatro Colón. Veía si las enfermeras trabajaban. Y no tuvimos ni un solo juicio por mala praxis, ni una denuncia por corrupción."
En su despacho, el rector de la UBA abre sus ojos celestes: "el hospital está funcionando mucho mejor, pero aún no como yo quiero. Hay que mejorar, pero no vamos a tolerar agresiones a las personas, destrucción de equipos ni negocios personales", sentencia.
Los pocillos de café vacíos se acumulan en un rincón de la mesa, y los tres ex funcionarios no paran de hablar. "El Clínicas es un toro indomable. Cuando queríamos bajar la línea del rector era como jugar al pool con una soga, las órdenes se iban perdiendo por el camino", coinciden. "El director Da Ruos es un navegante razonable, pero no tiene rumbo ni puerto. Está parado sobre un volcán de intereses contrapuestos -de gremios, facultades, dirigentes- y hace lo que puede. Los sindicatos son bravos. El Clínicas es una especie de Aerolíneas Argentinas", comparan. La idea se entiende clarito. Y estremece.